jueves, 26 de octubre de 2017

FAMILIA Y ESCUELA: CONVERSACIÓN CON MARIA JESÚS COMELLAS

Hace tiempo tuve la oportunidad de traducir del catalán un interesante libro titulado Educar no es tan difícil como creemos (Lectio, 2016), de Mª Jesús Comellas. De amplio currículum en temas educativos, doctora en psicología, profesora emérita de Ciencias de la Educación de la UAB y directora del grupo de trabajo GRODE de esta universidad, ha tenido una coherente trayectoria como divulgadora y asesora de familias, escuelas y la comunidad educativa en general, tanto con sus libros, sus conferencias y entrevistas, como en los encuentros educativos que organiza. Aunque evite dar recetas, sus palabras son una importantísima referencia a la hora de hablar de las relaciones entre familia y escuela y la educación en general, que lleva a la práctica con los llamados Espacios de Debate Educativo en los que, bajo su dirección y el amparo de la Diputación de Barcelona, propicia el encuentro de toda una comunidad local y sus agentes para debatir sobre diversos temas que afectan educativamente a esa comunidad.




En sus libros queda claro que la educación es responsabilidad de muchos agentes, que pueden cooperar entre sí. Para ayudar en esa cooperación, usted promueve, con la colaboración de la Diputación de Barcelona, los llamados Espacios de Debate Educativo, una suerte de encuentros de familias, instituciones, policías, pediatras y cualquiera que quiera contribuir en el ámbito de una localidad o municipio concretos. ¿Cómo se desarrollan esas sesiones? ¿Cuáles son los temas recurrentes de esos encuentros?

Estos encuentros se llevan a cabo en un espacio del municipio, raras veces en un centro educativo concreto, una vez por mes, en la franja horaria que el grupo decide. Se trata de un debate, no de charlas, se evita la persona experta para poder compartir puntos de vista, necesidades detectadas en los diferentes espacios, oportunidades, dificultades, discrepancias… para llegar a una línea en común que pueda ser aceptada y aceptable para todos, lo que no implica exigencia para nadie pero sí un enfoque compartido.  Una vez se ha debatido a nivel de enfoque, de concepto, para poder hablar con un lenguaje en común, se mira cómo se concreta con orientaciones o sugerencias educativas pensando en la población de 0 a 18 años, para que pueda implicar desde la escuela infantil hasta secundaria.
La temática igualmente la decide el grupo y entre las más recurrentes: el proceso de aprendizaje y adquisición de la autonomía (tipos de autonomía: funcional, afectiva, relacional), sus implicaciones, repercusiones y posibles adquisiciones según edad: el rol adulto: el debate entre autoridad y afectividad, las normas, limites…; el uso de la tecnología, convivencia…



Otra iniciativa que usted ha divulgado y promovido es la de las escuelas de padres, otro espacio de debate en el que las familias hablan entre sí con ayuda de un moderador, principalmente un psicólogo. ¿De dónde surgen las escuelas de padres? ¿Cuál es la historia del concepto?

Ha surgido de los medios de comunicación y muchas ideas recurrentes por parte de profesionales con la idea de que “las familias no saben educar y deben asistir a la escuela”. Desde mi punto de vista es un enfoque erróneo aunque en programas de radio e incluso por parte de editoriales es una idea que aún perdura así como de las propios AMPA y centros educativos. Los espacios de debate educativo son la alternativa. Por ello en el momento en que me solicitan participar en alguna de estas actividades procuro favorecer al máximo el debate a partir de preguntas, compartir ideas, favorecer que se expongan dudas para poder compartirlas con el grupo participante y que de alguna manera puedan surgir ideas y experiencias por parte de otras familias que puedan servir de reflexión y de referencia.

Algunos padres, aun reconociendo el interés que pudieran tener las escuelas de padres, se muestran reticentes al concepto de “escuela”, como si se les estuviera examinando, cuestionando su labor de padres. Otros sí deciden participar pero les da reparo acudir en pareja, por no entrar en contradicciones y otros motivos. ¿Entiende estas inquietudes?

Evidentemente comprendo estas reticencias porque también las comparto y, de alguna manera, en los casos en que participo de alguna de ellas, es la primera pregunta que les planteo. Creo que es un mal inicio y ha generado más sentimientos de culpa que no realmente participación.  Vale la pena participar en pareja ya que no se trata de contradicciones, ni de evidenciar razones o errores, sino de buscar matices ya que las propias contradicciones se darán en el seno del grupo familiar y mejor poderlas compartir.

En todo caso, entiendo que la principal relación educativa es la que se mantiene entre familia y escuela. A veces la familia tiene la impresión de que el profesorado le exige cosas, por ejemplo, pidiendo más atención a los límites o el tema de los deberes, que algunos padres sienten como una interferencia en el tiempo familiar. ¿Usted también lo ve como interferencias?

Debido a la cantidad de actividades que realizan las criaturas desde las primeras edades es importante que también haya participación por parte de profesionales de estas actividades ya que es otro contexto muy interesante y educativo en el que no hay interferencia de los rendimientos escolares. Ciertamente hay un debate sobre las exigencias de la escuela a las familias y es importante que no haya un secuestro del tiempo familiar para realizar tareas escolares ya que las criaturas son personas que deben tener otro tipo de vida además de la vida escolar.  También es importante que en el contexto familiar se eduque a las criaturas para comprender que cuando están en el centro educativo, en la calle… hay unas pautas socializadoras que hay que respetar a fin de favorecer la convivencia.  En este sentido se hablaría de respeto al espacio común, a las personas, saber estar y comportarse según los lugares ya que lógicamente en la familia hay más flexibilidad, más libertad.  Igualmente sería propio de la familia favorecer el aprendizaje de la organización doméstica y de los aspectos diarios que van a favorecer finalmente del propio aprendizaje escolar.

Por su parte el profesorado a veces siente la injerencia de las familias, en cuanto a disciplina, tratamiento de algunos conflictos o inquietudes del tipo “mi hijo sabe contar hasta 100 y usted le está enseñando hasta el 5”. ¿Cómo debe canalizar un padre sus inquietudes en relación a lo que pasa en el aula?

El ejemplo que propone está más vinculado al aprendizaje escolar y académico que no al proceso educativo. Lo que sería de desear es compartir los aspectos que deben favorecer la madurez de las criaturas tanto en la infancia como en la adolescencia. Es posible que el tratamiento de los conflictos o las pautas de comportamiento sea diferente en la familia y en la escuela ya que en la escuela hay 25 criaturas en la misma aula y en el conjunto del centro educativo estamos hablando de centenares de personas. Es fundamental que las criaturas entiendan este contexto diferente lo que no debería ser contradictorio con una línea educativa de unos y otros.  Tampoco se trata de que la escuela haga clases tan personalizadas con los aprendizajes ya adquiridos de cada una de las criaturas y el hecho de que no se exijan no quiere decir que se pierdan ni que no hagan otros aprendizajes tan importantes o más que los que llevan de casa.

La presencia de los padres en el colegio se articula principalmente con el AMPA, que cumple diversas funciones según el colegio. ¿Qué debe hacer el AMPA y qué no?

Pregunta muy compleja pero de alguna manera sintetizando es de desear que el AMPA no sea sólo una empresa que organice actividades extraescolares o de apoyo a las fiestas o en alguna actividad sino que pueda haber un debate pedagógico compartido y que se busquen maneras de colaborar que no sea sesgada o excluyente y que a la vez no comporte dificultades tanto de formación, horarias o culturales.

El AMPA en muchos colegios se encarga de gestionar las extraescolares. Algunos padres apuntan a sus hijos casi como una acogida, ligada a los problemas de conciliación laboral. ¿No sería mejor que en vez del AMPA escogiera esas actividades un equipo más especializado que le diera mayor contenido educativo?

El tema que plantea tiene evidentemente connotaciones económicas y puede haber familias que puedan realizar esta actividad de manera muy competente pero sería mejor buscar personas que no puedan estar condicionadas por los vínculos afectivos con las criaturas.  Ciertamente hay un problema en relación a los horarios laborales como se ha dado en todas las épocas y difícilmente se puede pensar que la sociedad asuma los horarios escolares.  El transporte público, espectáculos, servicios y muchas actividades precisamente se llevan a cabo en horarios de tarde, noche o mediodía por lo que las personas que realizan estos trabajos deben poder tener alguna alternativa para favorecer la educación de sus hijos y su cuidado en horario fuera de la escuela.

También hay otra visión de las extraescolares vinculada a una percepción de que algunas disciplinas deberían estar más integradas en el currículum educativo: los idiomas a edades más tempranas, la música, la danza… Algunos colegios a la hora de venderse a nuevas familias en jornadas de puertas abiertas priman precisamente estas enseñanzas. Entiendo que usted aconseja otros criterios educativos a la hora de escoger una nueva escuela, ¿no?

Consideramos que las seis horas que se hacen en la escuela constituyen el horario suficiente para una criatura y es muy poco adecuado hacer más actividades que exijan atención y un esfuerzo intelectual más allá del horario escolar. También es cierto que en las horas de escuela no se pueden hacer, con una cierta profundidad, algunas actividades altamente educativas y necesarias para el desarrollo infantil como pueden ser: la actividad física, deporte, actividad musical, canto coral, teatro, actividades artísticas y gráficas, juego y un largo etc.
Algunas  de ellas pueden hacerse en el contexto familiar pero en el momento en que se busca una situación en la que participen otras criaturas se favorece una socialización más amplia no condicionada por rendimientos escolares sino que permite compartir intereses y aficiones y descubrir otra realidad, hecho altamente educativo ya que genera vínculos diferenciales de los escolares.
Por ello la elección de centro educativo creo debería centrarse más en las relaciones que puedan establecerse, la metodología que pueda ser participativa, cómo se generan motivos de intereses para aprender, más que con nuevos reclamos que seduzcan a las familias.

A veces el ansia de los padres porque la escuela no enseña lo suficiente se traduce en las prisas por suplir esas posibles carencias desde casa. ¿La familia también ha de transmitir contenidos y procedimientos o es mejor que centre sus fuerzas en los hábitos?

No tiene ningún sentido reforzar la idea de los aprendizajes escolares porque puede finalmente transmitir a los hijos que sus padres valoran más los que saben que lo que son. Lógicamente se pueden transmitir y se deben transmitir aficiones, aspectos culturales, interés por la música, por la cultura propia, familiares, así como la cultura del contexto en el que se vive. La familia puede sin duda favorecer el aprendizaje de los aspectos necesarios para la vida cotidiana: compra, cocina, economía,  cuestiones domésticas, formularios, buscar trabajo, biblioteca, museos… ya que hay un sinfín de conocimientos que la escuela no puede transmitir de forma sistemática. Finalmente si se focaliza en saber de las criaturas en el aprendizaje escolar parece que es más para lucimiento de la familia que por interés y comprensión de las criaturas.

Veo en sus textos que la educación familiar debiera ser un equilibrio entre autoridad y afecto, donde ni autoridad es autoritarismo ni afecto es coleguismo. ¿Cree cierta la percepción de que hoy hay padres con mayor tacto?

No entiendo mucho el significado de un “mayor tacto”. Ciertamente si pensamos en el sentido de las palabras la autoridad es imprescindible para ofrecer seguridad y en muchos casos será la garantía para que la criatura siga el proceso educativo y no esté sometida a sus deseos, intereses o dificultades.  Precisamente por el amor es preciso mantener esta autoridad. Por otra parte, el afecto no es sobreprotección ni simetría ni coleguismo que es propio de las amistades.
Con las criaturas, por lo tanto, hay afecto, aceptación y un amor que permite establecer vínculos y la autoridad debe ser amable pero con serenidad y constancia.

¿Y más informados? ¿O cree que tanta información contribuye a la desinformación?

Cuando se recibe información si hay análisis no deberíamos hablar de exceso de información. La desinformación se da en el momento en el que vamos aceptando cada una de las nuevas aportaciones sin que haya una reflexión y no se haga una comparación con la realidad. La educación es un proceso de larga duración y cualquier decisión debe tomarse valorando no sólo las repercusiones inmediatas sino también las de medio y largo plazo.

Howard Gardner, el teórico de las inteligencias múltiples, dijo en una entrevista que “las madres ayudan a proteger al niño del mundo y los padres a conquistarlo”. Hay quien opina que el nuevo modelo de padre se acerca a la idea tradicional de la madre. ¿Cree que madre y padre tienen el mismo papel educativo?

Esa mirada de Gardner es anacrónica ya que las madres obviamente favorecen la adaptación al mundo y no es el rol masculino adicional de la conquista como si estuviéramos en la Edad de Piedra. Uno de los problemas que provocan desinformación es precisamente asumir frases lapidarias como si fueran verdades permanentes y estáticas. Estamos en una sociedad diferente tanto por la formación de hombres y mujeres como por las categorías profesionales, los roles que van modificándose porque se ha constatado la desigualdad anterior fruto de una mirada sesgada del rol de cada sexo.
Cuidar a las personas no es patrimonio femenino y abrir caminos no es patrimonio masculino, de aquí que es importante que veamos que el papel educativo es idéntico en uno ya que se trata de modelos de personas adultas que sabe adaptarse. Afortunadamente es evidente que la afectividad masculina y la autoridad no son patrimonio masculino.

Unos miembros de la familia que han cambiado su rol son los abuelos. En muchos casos ha desaparecido la idea de la visita a los abuelos como algo especial, con baúles llenos de recuerdos y álbumes familiares y cuentos contados al calor del fuego. Hoy muchos abuelos son el principal familiar que se ocupa de los niños, de llevarlos y recogerlos, de darles de comer y merendar, de llevarles al parque o a la biblioteca. Usted, que ha dedicado libros a este tema, es muy crítica con el uso y abuso de este rol por parte de nietos y padres…

Ciertamente ha cambiado el rol de los abuelos entre otros motivos porque hay mayor longevidad, mayor calidad de vida y, por tanto, mayores oportunidades para poder vivir esta etapa de la vida en condiciones y no tanto anclados en la casa familiar de la que apenas salían.
No se trata de olvidar los recuerdos que tiene la memoria familiar a partir de la experiencia de todas las generaciones ni tampoco se trata de minimizar las historias que los abuelos puedan explicar tanto de su infancia como de sus experiencias. Precisamente con muchas de las prácticas actuales se está invisibilizando este rol propio de la llamada generación mayor en el momento en que se le exige que asuman el rol educativo de aprendizaje control y exigencias de la vida cotidiana.
La etapa de la vejez debería vivirse de forma satisfactoria y en el caso de desear cuidar de los nietos podría ser una alternativa siempre que no haya más exigencia y por tanto crítica de la manera en cómo la realizan. Igualmente deberían considerarse las necesidades tanto de salud como de socialización y culturales que tiene la generación mayor porque en muchos casos hay una exagerada presión para atender las necesidades de los nietos y no se considera el cansancio y que en el momento en que los nietos han crecido han perdido muchas oportunidades.
Igualmente en el caso de cuidarse de los nietos debe garantizarse su colaboración y sobre todo el respeto y la consideración hacia los acuerdos y sus necesidades.
El respeto y agradecimiento de los hijos hacia sus padres es otro de los factores relevante en este sentido.
Debido asimismo a las ofertas sociales es importante garantizar que los abuelos dispongan de tiempo para poder realizar actividades de ocio grandes y la relación que les puedan ser satisfactorias para su calidad de vida y para mantener todos sus recursos y su vitalidad.

Me gusta mucho una imagen suya de que educar es una continua lluvia fina. Todos los padres hemos tenido tormentas torrenciales y arrepentimientos. ¿Usted en lo personal ha tenido esos sentimientos de duda, de arrepentimientos y se ha dicho “y pensar que yo escribo y hablo sobre esto”?

Evidentemente, escribir sobre un tema favorece la reflexión y favorece muchos momentos y exige un análisis con el máximo de profundidad y honestidad sobre lo que se habla especialmente cuando no se trata de una novela o de una fantasía sino de un tema tan importante como la educación. 
Precisamente por esto rehúyo de dar lecciones y de frases contundentes como si fueran verdades absolutas. Mi punto de vista parte de mis propias dudas, tanto como maestra por los años que he ejercido en todas las etapas educativas, como personales, derivados del día a día, de los debates realizados con diferentes profesionales, trabajos en grupo, análisis, dudas propias, certezas y posiblemente por una cierta perspectiva que te dan las experiencias. De aquí que creo que hay que respetar al máximo a las criaturas y adolescentes y jóvenes porque la educación es un acompañamiento y no sobreprotección, es respeto, es ofrecer criterios y mostrar una propia práctica de vida para que puedan tomar sus decisiones con libertad. No es anticiparse sino estar a su disposición pero con el respeto propio que merecen por ser personas diferentes que tienen el derecho de vivir su vida de acuerdo o no a los criterios familiares.
 Vivir no es tener certezas si quieres estar en este mundo abierto a la realidad y tratar de tomar decisiones de acuerdo con las creencias navegando en un mar de dudas y procurando revisar sin angustias con el mínimo de culpabilidades para poder continuar tomando decisiones y abriendo camino.




 

martes, 19 de abril de 2016

LOS NIÑOS Y LOS LIBROS, entrevista con Marinella Terzi

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Marinella Terzi, nuestra entrevistada en esta ocasión, además de Premio Cervantes Chico 2005 por su reconocida labor como escritora de literatura infantil y juvenil, es traductora y editora, faceta en esta última en la que destacan sus 21 años en Ediciones SM, donde coordinó uno de los referentes de los libros para niños y jóvenes: El Barco de Vapor. Una triple faceta que ha aportado muchos libros y que nos ofrece una gran oportunidad para ver desde varios puntos de mira la relación de los niños con sus primeras lecturas, el papel de los padres en la recomendación (que no imposición) de libros y la importancia no totalmente reconocida de los escritores y editores del sector. Las primeras lecturas de la propia Terzi vienen marcadas sobre todo por Michael Ende (como los dos libros de Jim Botón que ilustran el arranque y el final de esta entrevista), uno de los varios autores prestigiosos que ha tenido la oportunidad de traducir y adorar. Los interesados en saber más en Marinella Terzi pueden acercarse a su web oficial, leerle sobre los temas más variados en su blog El té de las cinco. Antes de eso, el lector tiene aquí de disfrutar de sus respuestas a unas preguntas que se quedan pequeñas ante las que le han hecho en su contacto con los lectores más pequeños...




“¿Le gusta escribir?”

... le preguntaron varios niños en alguna ocasión que usted estuvo de visita en colegios. Menuda pregunta ¿no? En esos encuentros se habrá llevado muchas sorpresas que desmontan un poco la inocencia con la que supuestamente afrontan los niños la lectura de sus obras y de la literatura en general. ¿No es así?


Siempre me han preocupado las palabras y la interpretación que cada uno hace de ellas. Cuando me hicieron esa pregunta, pensé que era una obviedad: llevaba casi una hora hablando con entusiasmo del acto de escribir y de mis libros. Pero después… después le he dado mil vueltas y creo que tiene un componente de asombro y también de respeto. Durante los encuentros con los lectores hay muchas preguntas que se repiten, pero de pronto surge algo especial, distinto, que te hace recordar lo bonito de tu profesión y te da fuerzas para seguir caminando. Y, a veces, mucho más que en las preguntas hallas esa chispa en las miradas de algunos niños. Son miradas reflexivas, de admiración, y también de esperanza ante un futuro que de pronto ven al alcance de la mano. De hecho, muchos de esos niños me dicen a la salida, en voz muy baja, con emoción: “Yo también voy a ser escritor.”


¿En alguno de esos encuentros le ha comentado algún niño que algo de lo que usted ha escrito le ha sucedido a él?


En general, yo hablo de personas de carne y hueso a las que, en principio, les ocurren cosas cotidianas. En ese sentido, los lectores se sienten identificados con mis personajes, establecen empatía con ellos. Pero, en su mayor parte, están más interesados por saber si esos hechos me han sucedido a mí. Muchos, sobre todo los más pequeños, se toman la historia al pie de la letra, casi como una biografía de su autora. Yo trato de dejarles claro que, en ocasiones, puedo partir de un hecho real pero siempre acabo transformándolo con el poder de la imaginación -no con una varita mágica- para alejarlo de la realidad y convertirlo en literatura.


 
Muchos autores cuando escriben piensan en unos interlocutores, sus hijos, su sobrino (como en el caso de Rodari), aunque también debe haber casos en que se imaginan dialogando con ellos mismos de pequeños. ¿Quién es su piedra de toque?


No pienso en ningún niño en concreto, pero sí en una colectividad: la de los lectores. Les cuento la historia a ellos: esos lectores con los que converso en los centros que visito habitualmente. Son ellos los que dan vida a mis libros al descubrir las historias que estos encierran. Por eso, siempre trato de hacerles comprender la importancia de su estatus de lector, que se den cuenta de que un libro sin un lector no es nada.
 

¿Cómo fue la pequeña Marinella, como niña, como lectora?


Una niña reflexiva, con mucha vida interior. Imaginativa y emotiva, también. Alguien capaz de llorar cuando la desbordaban los sentimientos de personajes inventados, “instalados” tanto en sus propios juegos -eso ya era creación- como en los libros y las películas de otros, con los que empatizaba. Me gustaba leer y en casa se daba rienda a mi afición como algo natural porque los libros, los periódicos, las revistas y los tebeos formaron parte de la familia desde siempre.


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A propósito de El hijo del pintor, que novela la infancia del escritor Michael Ende, usted comentó que durante su infancia ya había estado venerando, sin saberlo, dos libros suyos. Seguro que más de una fascinación, y no solo literaria, habrá recuperado de otro modo en su etapa adulta, en sus múltiples facetas como escritora, traductora, editora… ¿Recuerda alguna de ellas?


Sí, Jim Botón y Lucas el maquinista y Jim Botón y los trece salvajes son dos libros que leí con ocho o nueve años y que me impactaron sin saber entonces nada de su autor, al que “descubrí” muchos años después, gracias a La Historia Interminable. En mis lecturas infantiles había también libros de Montserrat del Amo, de la que, en mi etapa como editora, tuve el honor de publicar La casa pintada en la colección El Barco de Vapor. De pequeña leí también Bimbulli de Mira Lobe, y “me enamoré” de aquel muñeco de tela que me fabricó mi madre en seda rosa, siguiendo las instrucciones de las guardas del libro. Muchos años después, pude publicar varios libros de esa autora austriaca y mi primera traducción fue precisamente de una de sus obras: Ingo y Drago. Las fascinaciones que sentía de niña -jugar durante días a ser espadachín tras ver la película El prisionero de Zenda o “enamorarme” de personajes literarios- se fueron pasando con los años. Pero en mis libros sí está muy presente el respeto que siento desde siempre por el arte y los creadores: pintores, escritores, cineastas, escultores… Una muestra palpable es la novela Falsa naturaleza muerta. Y también, el impacto que me han producido ciertos lugares. México, por ejemplo, que me llevó a escribir ¿De vacaciones en México?. En definitiva, a través de mis vivencias personales trato de contagiar el interés por la cultura y por las personas, aunque vivan a kilómetros de distancia.


Habrá muchos que le habrán leído sin saberlo, pues usted atesora una gran trayectoria como traductora. De hecho, los admiradores de Michael Ende o de Christine Nostlinger, dos referentes de la literatura infantil y juvenil en lengua alemana, a buen seguro que han tenido en sus manos algún libro de estos autores vertido por usted a lengua castellana. Desde esa posición seguro que nos sabrá describir cómo escriben ambos, con qué elementos se acercan al lector… ¿Cómo son esos autores? Y para quien no los conozca, ¿qué obras recomendaría de ellos y en qué orden?


De Michael Ende recomendaría cualquier obra porque estoy segura de que todas -de las que he leído una gran parte- tienen siempre algo peculiar, diferente, que deja huella en el lector. Ya sean álbumes ilustrados, novelas juveniles o ensayos. Para mí su obra es el ejemplo más claro de que la fantasía bien hecha se aleja totalmente del mero entretenimiento y del escapismo. Su literatura es muy divertida, llena de diálogos chispeantes e ingeniosos que provienen claramente del dramaturgo que llevaba dentro, y al mismo tiempo, reflexiva y absolutamente crítica con el entorno. Pero, por dar un título concreto, elijo El secreto de Lena, que traduje en 1991. La historia parte de una idea casi irreverente: una niña que decide dar un escarmiento a sus padres porque está harta de que no la obedezcan. Así que los vuelve pequeños, para que sufran y se den cuenta de lo injusto que es depender siempre de las decisiones de otros.


 
En cuanto a Christine Nöstlinger, tiene una producción amplísima que yo no conozco ni mucho menos al cien por cien. Pero recuerdo con mucho cariño ¡Que viene elhombre de negro!, donde aparece una madre de psicología equivocada que sufre en carne propia los miedos que pretende inculcar a su hijo. A mi modo de ver, la literatura de Nöstlinger suele ser sencilla, familiar y muy humorística, y eso la conecta fácilmente con los niños.


Hay mucha gente que piensa que con cuatro palabritas, algún diminutivo y algo de imaginación se construyen historias para niños. Escribir para niños, y para diferentes edades de niños, es bastante más complicado de lo que parece, ¿no? ¿Qué consejos le daría a quien quisiera adentrarse en este mundo como escritor, además de leer mucha literatura infantil y juvenil? ¿Cómo afrontar el tono, las diferentes edades del niño que va a leerlos, etc?


Esas creencias equivocadas nacen fuera del ámbito de la literatura infantil y juvenil. Nunca he comprendido que este oficio no se valore como merece cuando gran parte de la responsabilidad de que los lectores del futuro lean se gesta en las obras infantiles y juveniles que tuvieron al alcance de la mano en su niñez. Los libros para niños deben ser esas obras mágicas que prenden la mecha e inoculan el hábito lector ya para siempre. Y, por tanto, es evidente que no pueden ser ni cursis ni ñoños, ni sonar a discurso didáctico de un adulto que pretende enseñar al que no sabe.  Creo que para escribir para niños y jóvenes es necesario ser honesto, ser natural, ser dinámico y, por supuesto, tener una buena historia y unos personajes de peso. También es imprescindible cuidar el lenguaje, como lo cuida cualquier escritor que se precie. Yo recomendaría ser preciso y conciso, ni andarse por las ramas ni dormirse en los laureles, ni sentar cátedra; nunca. ¿Las edades de los destinatarios? Vienen dadas por el argumento, por el tono y por el vocabulario. Casi me atrevería a decir que es algo de sentido común, pero de todas maneras no son los autores los que deben preocuparse especialmente por ellas. Son los editores quienes asignan los textos a los distintos niveles, y se trata de algo meramente orientativo, más dirigido a los mediadores que a los propios niños.


Usted también es editora y sigue periódicamente la actualidad de lo que se publica a través de excursiones a librerías. Cuando se detiene frente a las estanterías ¿qué suele buscar?


Para ser sincera, es algo que hago cada vez menos, porque cuando lo hago salgo con un sabor amargo de las librerías. La oferta es tan amplia y, en muchos casos, tan similar, que acabo verdaderamente mareada. Y, por encima de todo, la colocación de los libros es injusta. Ante tal avalancha de libros, el espacio es mínimo y los libreros deben apostar por dar rango de honor -es decir, colocar en las mesas de novedades- a los títulos más comerciales, más promocionados y con más posibilidades de venta, ya de antemano. De este modo, los libros de fondo, los más especiales, los de minorías… se apelotonan en los “lineales” -así llaman los comerciales a las estanterías- que nadie ve. Es casi milagroso, por tanto, que un cliente le dé una oportunidad a uno de esos libros. En fin, es la pescadilla que se muerde la cola y un problema que no tiene fácil solución en el mundo de la oferta y la demanda.


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Cuando compro libros suelo llevar a mis hijos y acabamos comprando cosas que a ellos les llaman la atención y alguna cosa que yo considero que ahora o más adelante les pudiera interesar. Uno de las grandes cuestiones que nos planteamos los padres es a la hora de acertar con la edad. Los míos son muy pequeños y aún le atraen más las ilustraciones que las palabras, pero imagino que llegando a la preadolescencia, la dificultad en acertar con el libro debe ir en aumento. Ese es un tema que deben tener muy por la mano a la hora de editar un libro, de idear uno para una colección enfocado para una edad determinada. No le pido que me dé trucos profesionales, pero sí alguna consigna.


La lectura es una afición en la que cada lector se guía por sus gustos personales, y así debe ser. Cuando los niños son pequeños, los padres, familiares y profesores cumplen una función de prescriptores fundamental. Orientan sus gustos y eligen el libro que puede interesarles. Pero a medida que los chicos crecen, es lógico que sean ellos mismos los que escojan en la librería. Todos sabemos que obligar a leer no suele tener muy buenas consecuencias. Sí recomendar, siempre que el futuro lector de la obra confíe en esa persona que le habla con entusiasmo -y esa es la clave- de un libro interesante. El entusiasmo hace maravillas y es contagioso. Por su parte, las editoriales tienen la gran responsabilidad -y más si publican para niños- de hacer libros de calidad, visualmente hermosos, y que conecten con su público. ¿Libros que entretengan? Desde luego, pero también que hagan pensar. El libro ideal, para cualquier edad, es el que engancha al lector, le remueve por dentro y produce una progresión en él. Un editor debe tender siempre a la búsqueda de ese libro ideal, aun sabiendo que el mercado le obliga a veces a hacer concesiones.


En varios lugares he leído/escuchado que el punto de partida de los álbumes ilustrados para niños suelen empezar a crearse por el texto y luego viene la ilustración, aunque luego ésta sea la que hace que el libro llame más la atención. ¿Es eso cierto?


Cada proyecto nace de una manera diferente y todas son válidas. Si texto e ilustración son de la misma persona, el autor puede empezar indistintamente por uno o por otra o, incluso, compaginar los dos. Y lo mismo sucede cuando se trata de un autor y un ilustrador que ya se conocen de antemano y se lanzan a crear un proyecto conjunto.  Pero en muchos casos, un escritor crea un texto y lo manda a una editorial. Allí, si los editores lo ven apropiado y deciden publicarlo, eligen un ilustrador que encaje con el estilo del autor y le encargan unas ilustraciones que se adapten a las características de la colección en la que se va a publicar el libro. Desde mi punto de vista, es muy importante que texto e ilustraciones vayan de la mano, que haya una uniformidad entre ellos. A veces, cuando abres un álbum ilustrado, te das cuenta de que texto y dibujos te cuentan cosas distintas y eso produce desconcierto en el lector. Entiendo que la ilustración no debe ser un mero calco del texto. Puede aportar más información, pero no, desde mi punto de vista, ir por su cuenta y riesgo, caminar por unos derroteros que tal vez sean muy creativos y muy artísticos, pero que no tienen nada que ver con la obra de la que parte. Porque el argumento lo dicta el texto, no las ilustraciones.


He de confesarle que en muchos casos después de llamarme mucho la atención la ilustración, me ha decepcionado el texto. A mí personalmente me decepciona una idea demasiado simplista, de demasiadas buenas intenciones y sobre todo el excesivo didactismo. ¿Qué le suele decepcionar de los textos que lee, ya sea en librerías, en los textos que hayan llegado a su mano en su labor editorial...?


Los álbumes ilustrados entran por los ojos. Las imágenes son lo primero que vemos, pero vuelvo a lo anterior: deben estar en sintonía con el texto del que parten. Que un texto sea corto no implica que deba ser simplista. Escribir un álbum es tan difícil como escribir un relato para adultos. En un texto corto todo está medido y es necesario, no hay nada superfluo. En un texto corto ningún autor se puede permitir momentos de bajón como los que tienen casi todas las novelas antes o después. Casi me atrevo a afirmar que el clímax debe ser continuo.  Por consiguiente, huyo de los textos planos, del didactismo, de lo políticamente correcto, pero también de lo pretencioso. Y busco lo sorprendente, lo original y la belleza, que muchas veces es mucho más sencilla de lo que pudiera parecer. Por otro lado, hay que hacer comprender a muchos adultos que un álbum ilustrado no siempre es sinónimo de “libro para niños pequeños”. Hay muchos álbumes que por su complejidad formal y artística pertenecen al mundo de los adultos.  


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Sus protagonistas más pequeños, como los de Cuando juego... se imaginan piratas a partir de una caja de cartón. Los de sus libros juveniles escriben diarios. Todos tienen su forma de reflexionar sobre su entorno y convertirlo en imaginación y palabras. Un entorno que en el caso de sus obras juveniles no huyen de temas como las drogas o la muerte. Mis hijos más pequeños estos días cuando ven la foto de alguien en televisión preguntan si ese chico es el de la bomba. Supongo que comparte conmigo que lo peor que podemos hacer con nuestros hijos es evitarles/esconderles estos temas. Pero, ¿cómo abordarlos? ¿Hay debate al respecto entre autores y editoriales?


Me ha preocupado siempre el día a día de nuestro mundo y las relaciones que se establecen entre las personas. Mis libros son crónicas de la vida. Este interés posiblemente me venga dado por mi relación con el periodismo, la carrera que estudié y que me llevó a trabajar en la redacción de un periódico durante un tiempo. Los niños no viven aislados en sus casas, forman parte del mundo y conocen desde muy temprano lo bueno y lo malo que hay en él. Si pretendemos encerrarlos en una isla de felicidad para que no sufran, el día que el sufrimiento llegue inexorablemente los encontrará desprotegidos. Solo hay que contarles las cosas con delicadeza, a pequeñas dosis y de manera que ellos las puedan asimilar. Todos mis libros, desde los dirigidos a primeros lectores hasta las novelas para jóvenes, reflejan la realidad y, por tanto, tienen momentos de tristeza, pero también momentos de risa y mucha esperanza.


Usted fue galardonada con el Cervantes Chico, la máxima distinción en España a un autor de literatura infantil y juvenil. ¿Se siente usted candidata a la máxima distinción mundial, el premio Andersen, que se falla cada dos años? ¿Qué autores cree que podrían ganarlo en los próximos años o que a usted le gustaría que lo ganaran?

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Para mí recibir el Premio Cervantes Chico fue un gran soplo de ánimo que me vino especialmente bien en el momento de crisis en el que me encontraba. Fue un gran honor que guardo en mi corazón como un tesoro. Pero ¿el Andersen? Honestamente, no. Tengo muy poca producción para ello y, sobre todo, hay muchos autores con una obra muy consolidada que lo merecen más que yo. No he entendido nunca por qué no lo ganaron en su día Michael Ende o Roald Dahl y pienso que por lo menos habría que otorgárselo a los dos a título póstumo.

 

miércoles, 30 de marzo de 2016

EXPLORADORS, AL POEMA! Entrevista con Josep Pedrals



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De entre todos los libros dedicados a la "creación" de nuevos lectores (y creadores) de poesía, uno de los que me ha parecido más interesantes es el que hoy nos ocupa. EXPLORADORS, AL POEMA!, Estrella Polar, 2014.
Lejos de puntos de partida académicos, de esos que parecen más interesados en diseccionar en sílabas, acentos primarios y secundarios y otras formas de acercarse al poema que a los más jóvenes les puede parecer ciertamente acartadonas, su autor, Josep Pedrals, ofrece un planteamiento más sugerente y lúdico, enfocado según su autor a lectores adolescentes, pero que muy bien podría adaptarse también a los últimos años de primaria. Aunque la maquetación, muy vistosa, pueda darnos la impresión de que se prima la poesía visual, la experimental, el libro apela a todo tipo de poesía y también a muy diversos aspectos de la poesía, desde los juegos con el lenguaje, la relación de la poesía con nuestras actividades cotidianas, y la comparación de otros géneros, para que comprendamos lo mucho de condensación que tiene la palabra poética. Un ejercicio continuo de experimentación que apela a la literatura en general. Y de hecho creo que es tan válido como libro para fomentar la lectura de la poesía como para invitar a escribir poesía.
Hablamos con su autor, Josep Pedrals, poeta y divulgador de la poesía, cuyo mundo podéis explorar en https://joseppedrals.wordpress.com/. y en su perfil de Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Josep_Pedrals_i_Urd%C3%A0niz.

"Més que un manual, és un pedal", como reza en la contraportada. Toda una declaración de intenciones. ¿De dónde surge la idea del libro?

Fue una propuesta de la editora Liliana Pedro, que buscaba llenar un espacio vacío en la trayectoria educativa de los lectores, ya que existen libros para desarrollar la capacidad de leer y escribir poesía para niños y para adultos pero no había ninguno pensado para el público adolescente.

Yo acepté encantado y dimos un montón de vueltas al tema hasta encontrar la fórmula que queríamos. Fue un proceso muy laborioso pero muy satisfactorio.

Una invitación a la aventura con varias y justificadas escalas. Creo que incluso más que una guía hacia el poema es una invitación a la creatividad en general que toma al poema como excusa.

Porque la poesía aúna todas las virtudes de las artes (es musical, visual, intelectual...) y sirve de epíteto para valorarlas a todas en su inspiración.

Uno de los ejercicios invita a jugar con los diminutivos. De estos creo que se ha abusado en demasía, ¿no?, y a veces parece que sean la seña de identidad del poema para niños. Pienso en la parodia de Gloria Fuertes por Martes y 13.

El juego con los diminutivos está pensado, precisamente, para desacralizarlos: se trata de ver quien consigue añadir más sufijos a una palabra; es un concurso de exageración.
Muchos de los ejercicios intentan quitar el peso del significado, el peso semántico, para moverse por las diferentes fuerzas de la herramienta lingüística con toda libertad.

"Tesoro inexpugnable, incógnito y lejano, custodiado por guardianes. ¿No tiene la impresión de que muchas veces esos guardianes han hecho, consciente o inconscientemente, del poema algo más inexpugnable de lo que realmente es y que muchos posibles lectores han desistido del intento de franquearlo? ¿No se contribuye a agrandar el tópico de la dificultad de la poesía? ¿No cree que muchos poetas creen que el mérito de la poesía es tratar de ser oscura, de no hacerse entender?

A veces, al poeta le hace falta acotar muy bien lo que tiene que serle poesía y lo que no, siente la necesidad de fijar unos límites, desde los que ensalzar y menospreciar, imitar y desoír, sentirse cómodo y afirmarse. En esta decisión se crean torres de marfil y campos abiertos.

No querer ser un poeta fácil es una decisión arriesgada (porque puede aislar), pero totalmente lícita. El hermetismo es una opción que aparece durante el trabajo de la voz propia, de la codificación personal de la lengua de todos.

Además, ni toda la poesía debe ser para todos los públicos, ni todos los poetas tienen que tener unas mismas finalidades al escribir.

Un ejercicio invita a explicar un proceso cotidiano en pequeños episodios. Es una propuesta para reflexionar sobre cosas que hacemos casi de forma involuntaria. En este caso, cepillarse los dientes. Este ejercicio va más allá de la propia poesía. ¿Cómo sabemos qué es el poema? ¿Qué constituye el ideal del poema? Me imagino que usted mismo tendrá una respuesta personal para ello y que le concede el derecho a cada lector a tener la suya. ¿No?

El ideal del poema está en constante evolución, en perpetuo movimiento, dentro de cada persona que quiere poesía: no hay un dogma petrificado sino una bellísima constelación orgánica.

El libro, precisamente, pretende que cada uno, al final, se sienta capaz de crearse su propio ideal, de sentirse seguro en su criterio poético y en su capacidad de dudar.

Cuando alguien le dice no me gusta la poesía, ¿no le dan ganas de preguntarle a qué poesía te refieres? Parece que en la educación se escogen poemas más por su interés histórico que por la motivación hacia las edades de los niños o adolescentes.

Hoy en día, ya nadie me dice que no le gusta la poesía. No sé si es por deferencia, por miedo a que le dé la tabarra o por puro desdén. De hecho, hay que estar muy enfermo humanamente para que no te guste ningún tipo de poesía.

A mi parecer, la educación literaria tendría que ser el fundamento de la educación lingüística, es decir, que habría que basar el conocimiento de cualquier lengua en sus expresiones literarias, en los hallazgos expresivos que la osadía de la necesidad poética consigue descubrir y exhibir.

"Podemos relacionar la historia general, de todos, con nuestra vida más íntima, y decir las épicas colectivas a partir de nuestros minutos." Hay quien relaciona el yo y el nosotros con la poesía. La poesía con los sentimientos, con la biografía. Como un capricho de adolescencia que conviene abandonar de adulto. Y eso parece que estigmatiza la obra de poetas como Rubén Darío o Bécquer, por ejemplo. Nos acordamos del Darío de "La princesa está triste" en vez de retomarlo de adultos con poemas como "Lo fatal". Pocos vuelven a Darío después de la etapa escolar para preguntarse cosas como: "Juventud, ¿fue juventud la mía?".

A parte de que todos los autores sufren un estigma u otro, la pérdida de intereses en la madurez no es sólo literaria...

También hay que recordar que algunas sensibilidades se sienten cómodas fundamentalmente en los versos cándidos y canoros.

En el libro propone resumir cuentos. Por ejemplo, resume la Caperucita roja en dos versos, que traducido vendría a ser: "Una muchacha por el bosque campa, / un lobo disfrazado se la zampa." No es un mero resumen, es una recreación, que invita a reflexionar, practicándola, la concisión de la poesía y el contacto entre registros. ¿La recreación es una gran herramienta que hermana lectura y escritura, no?

La comprensión de cualquier cosa (el haber entendido algo) se demuestra, básicamente, en la capacidad de interpretarla, de expresarla de un modo nuevo o propio.
El objetivo de este ejercicio es el de discernir por cuenta propia qué es lo que importa de algún relato archiconocido y entonces demostrar esa aprehensión (que significa haber re enlazado lo leído con nuestra propia experiencia) exteriorizándola con una cierta gracia.

Otros ejercicios invitan a modificar una palabra, una letra. Decía Auden que como lectores en nuestra infancia somos aquellos que gozan poniéndole un bigote a la Gioconda. ¿Va en esta línea, pero también es una forma de constatar que el poema tiene unas palabras y no otras por algún motivo?

Exactamente, tiene doble finalidad: el cambio como libertad que ensaya novedades y el cambio como confirmación de una alteración sustancial.

Lectura silenciosa o lectura en voz alta. Imagino que el poema y el lector son muy diferentes en una y otra. Por las noches acostumbramos a leer un cuento a los niños. Rara vez un poema, como mucho un cuento en verso. ¿A qué cree que se debe? ¿Qué podría aportar el poema a ese instante de intimidad entre padres e hijos?

Supongo que el cuento infantil contiene los elementos idóneos para los varios objetivos que buscamos en la lectura de cuna: hilo narrativo sin rodeos (presentación, nudo y desenlace), personajes arquetípicos, analogías simples, actitudes ejemplares, fomento del adormilamiento...

La lectura de poesía podría aportar un montón de dinamismo a la estructuración cerebral del niño. El lirismo desbocado o la épica tremebunda abren la imaginación hacia espacios de visión más amplia y la libertad expresiva lleva al talento por la adaptación y la transformación.

¿Cuál sería en su opinión el papel de los padres en la educación poética de los hijos, como lectores y como creadores? Y se lo pregunto también más allá de los versos, ¿cómo fomentar una visión poética del mundo?

Dudo que exista una fórmula secreta para educar poéticamente. Sobretodo, si hablamos de “lo poético” en abstracto.

La paternidad es una adecuación constante a nuevas reacciones, nuevas necesidades, nuevas actitudes, y la poeticidad de cada uno aparece en su manera de actuar frente a estos retos incesantes, en la forma como pasa sus ratos con los hijos, en su modo personal de vivir en paz en el mundo y con el mundo.

De hecho, incluso hay unas poéticas (la del vacío, la soledad o el silencio) que se descubren sin padres, ni madres, ni nadie.

Y la pregunta que tal vez debiera haberle hecho al principio: ¿Cómo fue usted como niño lector, qué recuerdos tiene de esos inicios y de su evolución y cómo la necesidad de leer pasó a ser también la de escribir poesía?

Mi padre es un gran lector de filosofía y, por lo tanto, de vez en cuando dejaba la lectura en suspenso para reflexionar sobre lo leído. Yo funcionaba por imitación y leía pensando alrededor de aquello que me caía a las manos, con lo cual empecé a analizar sin querer la expresividad, la articulación...

Al percatarme de los formalismos y repetir pasajes sin finalidad alguna más allá del valor de un estribillo, se fue despertando en mí la fluidez natural de la musicalidad y el gusto por la floritura.
Por todo ello, en el mismo momento que aprendí a escribir, intenté utilizar esa nueva destreza para regalarme en lo que me gustaba.

¿Alguna recomendación bibliográfica para padres, teórica o práctica?

La Gramática de la fantasía de Gianni Rodari.